domingo, 19 de septiembre de 2010

FIESTA DE PRIMAVERA.

La señorita Andrea Pomeroy, hija del laureado general Lawrence H. Pomeroy, preparaba su fiesta de primavera tras un largo y reparador sueño.

Lo primero eran los invitados, como es lógico suponer. Y para ello, la señorita Pomeroy, sentada en su sillón azul, elaboraba una lista escrita con pluma de ganso y tinta china negra y compacta, que incluía a las personas de su agrado, así como algunas más distantes pero convenientes.

Comenzó su lista por el doctor Tomas Heinz, antiguo camarada de su fallecido padre. Era alguien cuya compañía le confortaba y agradecía. El único que no había faltado ni una sola vez a sus invitaciones.

Los siguientes invitados eran los Maverick, una familia compuesta de un matrimonio con dos hijos gemelos, William y Joseph, nada alborotadores. Eran jóvenes, pensó la señorita Andrea Pomeroy sonriendo, pero muy fieles, pues tenía contabilizadas veinte asistencias.

Hizo una pausa para, en una hoja de papel aparte, contar con el servicio adecuado. Nunca le había fallado Miss Anna Tiriac, casada con el cocinero y pastelero Míster Paul Tiriac, gracias al cual no le había faltado nunca una tarta de manzana en su menú. Sabía que podía contar con ambos, así como con la ayuda de sus cuatro hijas, Pamela, Susan, Diana y Jane, para servir la comida y atender a los invitados. Hizo cuentas y salían más de sesenta asistencias de la familia Tiriac a su reunión.

Con su letra gótica alemana, cuyos elegantes rabitos hacían caracoles al terminar cada nombre, la señorita Pomeroy finalizó la confección de la lista de asistentes seguros a su fiesta de primavera.

Antes de revisar la vajilla que utilizaría al día siguiente, abrió su armario y contempló el vestido blanco que contaba con el récord de apariciones igualado por el doctor Heinz. Se lo probó y sonrió otra vez al comprobar que su cintura encajaba sin esfuerzo. Como todos los años.

Se acostó y durmió con un sueño profundo y reparador.

Al levantarse, se sintió agradecida por un día que amaneció radiante y con olor a flores. Abrió la ventana y le saludó una brisa fresca.

Sin desayunar, se puso una bata y corrió al sótano. Allí encontró al doctor Heinz, quien llevaba horas levantado y había inyectado ya el Diavital a la mayoría de los invitados a la fiesta de primavera de la señorita Pomeroy. Según despertaban, se vestían con ropa de gala que debían procurar no manchar ni arrugar y se dirigían a la planta alta. La señorita Pomeroy esperó junto a la puerta hasta tachar al último de la lista. No faltaba ninguno. Después fue a su cuarto y se arregló para la ocasión.

Tenían la mirada algo perdida, pero todos sin excepción se instalaban en el salón de la casa estilo colonial, entregaban su regalo a la señorita Pomeroy, y tomaban el té acompañado de un trozo de tarta de manzana que siempre calificaban como deliciosa.

Al caer la tarde, se despedían ordenadamente de la anfitriona y bajaban despacio las escaleras hasta el sótano, donde se desnudaban e iban quedándose aletargados.

La señorita Pomeroy los cubrió con mantas y guardó ordenadamente sus ropas hasta el año próximo. Era una tarea que había que realizar con el máximo esmero, y el doctor Heinz le ayudaba encantado.

Antes de apagar la luz, contemplaba al mejor grupo de invitados que se puede tener para una fiesta: Divertidos y pendientes de ella año tras año. Con un suspiro teñido de melancolía, cerró la pesada puerta del sótano y subió con premura las escaleras del brazo del doctor: El efecto del Diavital puro no les duraría mucho más.

5 comentarios:

Clea dijo...

¡Gabriel!
Porque tú dices que es primavera, que yo me hubiera ido directamente al mes de noviembre a ponerle fecha.

Y a ver... (jaja, en los líos que nos metes) ¿Heinz era el que suministraba esa especie de resucitante? Y ella fue la primera, ¡claro!, por eso no faltó nunca (jaja, otra vez).

¿Y por qué tendría prisa Heinz al final? ¿Él no estaba vivo?
Ay, yo no me lo explico.

:))

Gabriel dijo...

No estoy muy seguro, Clea, de si el doctor formaba parte del conjunto de resucitables o no. En cualquier caso, controlaba los pinchazos en dosis anuales, para hacer feliz a la señorita Pomeroy.

Besos.

Clea dijo...

¿Heinz se "dormía" con todos?
Entonces, cómo...

Ya no lo leo más, jaaja

inma dijo...

Pero bueno...¿qué clase de relato es éste? sin duda muy original pero debo estar espesa porque no lo entiendo bien. Cuando sea nuestra reunión tráete una ampollita de diavital para mí que igual me sienta bien, jajaja
¿Eran muertos, momias o algo así?

Gabriel dijo...

En efecto, eran zombies más o menos, habituados a revivir un día al año, celebrar la fiesta y volverse al sueño semieterno. Por ahí van los tiros.
Pero, tras los comentarios, voy a modificar el relato para que el Dr. Heinz, vivo, sea quien -jugando a Dios o a Frankenstein- se dedique a resucitar a todos los demás, incluida la srta Pomeroy.
Gracias, chicas.