miércoles, 16 de febrero de 2011

GRANDES BATALLAS DE LA HISTORIA (XXIX).

Batalla de las brujas de Salem.

Prólogo.

Salem, año 1694. La bruja Antonia Purrusalda anda enrrabietada por unas verrugas que le han salido en las muelas, producto de un sortilegio de su cuñada Marta Providence, a quien previamente pobló –y rizó- casi todas las cejas en plena discusión sobre la cocción de los nabos. Al hablar Antonia, muchas de las expresiones más sencillas se le traban y se atascan sus conversaciones:

-Hiabuta, ve zi me gita eta mardizión, ge tengo ge gantá en el goro ta noshie.

Maria Providence, entre espasmos de risa, en lugar de eliminar su conjuro, le endiña en el parietal izquierdo con una pala amarilla de amasar empanadas. Antonia agoniza, no digo que no, pero en los minutos de descuento lanza una maldición de doce páginas. En uno de los capítulos más fuertes prohíbe la fritura del tomate durante décadas. Después, se muere.

La maldición prescribe, por fin, el dos de enero de 2011. De hecho, mi cuñado italiano le pega con ansia al huevo frito bañado en pomodoro. Y no pasa nada, pero…

Salem, tiempo actual.

Fiesta/Aquelarre en casa de los Martínez Peebody, magnates del negocio de las teclas para piano. Nombre de soltera de la anfitriona: Begoña… ¡Providence!

Algunos de los invitados:

- Tulia Buitrago, desaparecedora. En su haber, ayudar a perder de vista unas cortinas horribles en el palacio de Buckingham, la única vez que fue invitada por error.

- Dos fabricantes del elixir del amor, la vinagra, a base de muchas uvas dejadas a pudrir durante mucho tiempo. Entre ellas, Chachanita Fuentes, oriunda cubana acostumbrada a cobrar por adelantado a los adelantados que quieren trincar pareja antes que nadie.

- Y Juana Maite… ¡Purrusalda!, muchotaratatarabiznieta de Antonia, cuya entrada produce un silencio frío, ominoso, espeso y opresivo entre los presentes.

Pasados cuatro días de mirarse Juana Maite y Begoña con grandes dosis de chulería, el mayordomo retira los aperitivos pochos junto a las bebidas calentorras.

Antes de pensar siquiera en meterse juntas en el comedor, las dos proceden a lanzarse conjuros, hechizos, maldiciones y rayos con trueno doble. Sin avisar, sin necesidad de un desafío previo ni publicación en algún semanario o revista especializada.

Los demás tienen hambre, pero no se meten en nada, razón por la cual el autor pide disculpas al comprensivo lector, dado que su simple mención sin peso en la trama contraviene las más elementales nociones de construcción de un personaje. O bien: sosloquehay.

La energía que no se usa en cambiar el aspecto y las funciones vitales de la contrincante, se esparce por la mansión Peebody y deja sin premolares a más de uno y peinados hacia atrás a la gran mayoría, que no tiene defensa contra el poder de estas dos brujas. Y ellas saben que dentro de cada una habita el espíritu de aquellas dos que no terminaron definitivamente su batalla.

El resultado final es el siguiente:

- La casa hecha un asco, hasta el punto de repasar de pintura por dentro de la chimenea. Una bombilla de bajo consumo, la del trastero, queda para tirarla a la basura, de tanto encenderse y apagarse.

- La gente escalofriada, salvo alguna precavida que trajo camisetas de más, que en Masachussets siempre refresca.

- Un perro al que no entenderá nadie –nadie, jamás- cuando hable por teléfono.

- El césped del patio, que crecerá para siempre hacia abajo.

- Y las dos brujas exhaustas, en semipelota picada, las corbatas hechas trizas y unos pelos que invitan a fregar sartenes renegridos con ellos. Se miran, y sin apenas aliento se lanzan dos cortes de manga que les provoca intensas epicondilitis en los brazos, por lo que son trasladadas a un centro sanitario.

Al final de la fiesta, el mayordomo tira a la basura los cucuruchos de garbanzos caramelizados, que se han quedado como piedras, y se va a su casa a comer.

Los invitados, que esperaban una masacre o la desaparición de un continente, y con gases por no comer a sus horas, dejan llenito hasta arriba el libro de reclamaciones y el buzón de sugerencias de los Peebodys. Algunos comentarios son escalofriantes:

-¡Vaya mieldo pelea, corasonsito de miel! –suelta en voz alta la cubanota morena-; pa esta chuminosidá no desplesio yo las tundas con maldiciones en vivo que se dan mis vecinas, las viudas Pepa y Paca Gómez, contra las solteronas Brenda y Vanesita, en el rellano del cuarto, a eso de las cinco, amol, cuando termina la novela.

Y otros peores, irrepetibles aquí.

3 comentarios:

inma dijo...

La próxima batalla espero que sea la que apunta la cubana Chachanita. La mejor maldición sin duda me perece que es la del cesped creciendo hacia abajo ¡te has superado con ella! oye, y lo del tomate me tiene preocupada, menos mal que parece que ha proscrito, poque mira que la ocurrencia.En cuanto a la maldición a 12 páginas da para una novela corta más que para una maldición, jajaja. Un besazo.

Isa dijo...

Me ha encantado, como de costumbre, el lío que has formado; pero amigo, lo de "hiabuta" no me lo esperaba y me he tronchao de la risa.
Te agradezco tela este ratito.

Anónimo dijo...

Perdonad, pero con estos ratos, (los de Isa y los mios), vais a tener que aceptarme como lector asiduo.
Con permiso del personal pero estoy muy interesado en conocer el desenlace del episodio de epicondilitis de las mushashas. Tremendamente interesado.