lunes, 27 de junio de 2011

Diario íntimo (4).

En León.

El equipaje de Soraya Stein ha tardado en llegar a la casa rural que hemos alquilado con derecho a compra. El dueño, Jacobo Finanfort, que no se ha quedado quieto ni un momento, ha dejado que su apoderado, el ciervo Mateos Esverapia, uno del pueblo de al lado, firme los documentos. Por lo visto, las dos botellas que lleva en sus sendas manos, no siempre llenas del todo de anís, le fomentan esas eses con las que recibe al que llega aquí, a León, la provincia reina de la geografía española, como la ha definido mi primo después de pegarse una tunda de antología con los componentes de la coral que nos ha recibido.

La temperatura, la humedad relativa del ambiente, así como la dureza entre media y baja del terreno para sembrar y cultivar muchas cosas, parecen extraordinarias, pero nosotros nos pasamos metidos en casa hasta el mediodía y no hemos sembrado jamás ni una papa frita. Lo que ocurre es que, cuando un diario lo lleva un profesional, no omitir los detalles y ambientar la época hacen mucho para que el lector se sitúe en los aspectos claves.

Cuando hemos recibido el equipaje de la Stein lo hemos devuelto, porque ella ha viajado con la lista de sus pertenencias que yo copié en borrador: cuatro bragas negras, dos verdes de camuflage, una americana a cuadros, calcetines hasta media pierna y un sombrero cordobés. Por tanto, ni hemos firmado albarán ni nada, exigiendo que se llevaran la hormigonera y el juego de tenis de mesa que traían a su nombre.

Antes de la comida ya estábamos instalados en las ocho habitaciones de la casa, que ha habido que negociar. Gamínedes dormirá con un pavo altivo, Louis Marcus, y el ciervo Mateos, en camas separadas por supuesto. Los cuernos de Mateos, de veinte puntas pero postizos, adornarán la pared de la habitación cada noche y de ellos colgarán algunas ropas ligeras.

Mi padre y mi madre se han encontrado en medio del follón de la instalación de los parientes y se han sentado a contarse la mar de detalles y vivencias. Mi padre ha dicho unas cosas preciosas de los ojos de mi madre y, aunque se ha metido por medio mi abuela materna, han quedado para cenar en un reservado cercano a su dormitorio para no perder el tiempo. Debajo de su colchón hemos puesto las cacerolas que han sobrado de los armarios de la cocina. Porque los groenlondios, al final, nos despidieron con regalos prácticos.

Ha sido un día duro, después de gastar las alarmas de los detectores de metales de los dos aeropuertos y ponernos los sellos hasta en las gafas para que nos fuéramos, pero aquí estamos, instalados, felices porque la vida nos ha dado una nueva oportunidad. Cuando se ha hecho el silencio, cacerolas incluidas, Gamínedes se ha traído el libro y ha comenzado esa parte tan maravillosa del texto de Mari Shelley donde el hijo de quien juega a Dios dando la vida niega el lamentar las consecuencias de su creación. Es un monólogo tan grandioso que antes de dormirnos lloramos mordiendo las sábanas. Después nos dormimos, aunque desde la habitación más lejana vuelve un creciente chocar de cacerolas…

1 comentario:

inma dijo...

¡Qué buen regreso! Me encanta como hilas la historia. Tiene de todos los ingredientes, incluso el momento amoroso de los padres en mitad del caos de mudanza. El "alquiler con derecho a compra" es la mejor opción en estos tiempos que corren. A ver cuanto duran en el caserío.