viernes, 24 de junio de 2011

Diario íntimo (2).

Nosotros los de –por ahora- aquí.

Los groenlondios no son malas personas. Si acaso son pocos y aparecen muy de vez en cuando. Cabras, las que trajimos nosotros. Ovejas, apenas un ciento y harto difíciles de esquilar. El resto de animales, concejales, etc., está pendiente de un censo.

Mis tías y abuelas no hacen comentarios sobre el frío, pero sí dicen en voz baja que ya le cortarán las cosas simétricas y el péndulo al que los trajo a estas tierras. Mis abuelos se quedaron tiesos desde el primer día y ya se hablan por Internet con Walt Disney, que tiene una parcelita por aquí cerca (por lo visto le sale baratísimo seguir a la espera gracias al clima de esta inmensa isla).

Debido a la capacidad de hacer amigos que tiene mi padre, que ahora gasta diez tubos más al mes de óleo blanco, es posible que nos echen de aquí y tengamos que hacer el petate. Y es que no se puede ser tan incomunicativo. Sucedió más o menos así:

-¿Y son todos los de su familia tan feos como usted?, -preguntó una lugareña que desescamaba un salmón de sesenta kilos justos, pescado con los dientes por un pequeñín que ahora se amamantaba de los pechos de la preguntadora.

Mi padre le dijo que se quedara y posara para él junto al niño y al pez, pero su pronunciación hizo que la mujer rompiera a llorar aunque –aún con el disgusto- no sacara la granada que suelen llevar en los bolsillos los habitantes de por aquí.

Mi madre, que se adapta como un guante a cualquier cambio en un momento, intentó apaciguar el llanto de la mujer con una bandeja de croquetas en forma de igloos, pero no fue suficiente. Buena, aunque algo impaciente, mi madre esperó a que el lactante terminara su sesión, con eructito posterior, y estampó un beso a tornillo en los labios de la mujer, que se fue mucho más contenta, sin llegar a despegar la anilla de la granada.

Sé que nuestra vida es vagar y vagar: de hecho no doy golpe, soy un vago redomado y para cualquier respuesta divago y divago. Pero llevo aquí un día y medio y siento que estos parajes pueden ser capaces de albergarnos un mes completo seguido. Quizá dos. Es mi deseo. Ojalá se cumpla.

P.D. El oso que se ha colado por la ventana que él ha fabricado en la pared de mi cuarto al entrar, me dice que si soy bueno mis sueños se cumplirán. Es un oso blando y blanco, llamado Gamínedes Eisenhower. No muy alto ni muy bajo, pero de una cultura asombrosa y grandes conocimientos prácticos. De momento, ha reparado con gran habilidad el hueco de la pared y se ha acostado a mi lado para que no pase frío. Y mientras cojo el sueño, lee en voz alta y modulada un capítulo de Frankenstein, una de las obras cumbres de la Literatura Universal, que atrae poco a poco al resto de la familia como un panal de miel. Uno tras otro, y dentro de mi cama, nos vamos quedando profundamente dormidos…

1 comentario:

inma dijo...

¡Qué bueno! En serio. Cuánto me he reído con la preguntita de la lugareña. lo que no entiendo es qué respuesta le dió el padre para que saliera llorando la señora.¡Puntazo el de la granada! ¡Que te perdonen los nativos del lugar,porque los pones..., pero muy divertido, y tan divertido como entrañable el final que es de los que a mí me gustan. ¡Enhorabuena!