FEBRERO, EL LOCO
Arranqué dos hojas del
calendario de una sola vez. Reconocí mi equivocación, fui denunciado y me puse de
rodillas, primero las tres y luego sólo una, más tradicional. Quería pagar mi
pena con sufrimiento. El juez dijo que no bastaba. Era incalculable la
indemnización si se aplicaba estrictamente la Ley: alrededor de siete mil
millones de (una aproximación del censo terrícola) meses mandados a la Nada por
un irresponsable es algo difícil de compensar.
Compré a plazos una caja
de ocho mil millones de calendarios con hojas arrancables. Debía actuar con
rapidez.
Los primeros en recibir
–y aceptar- el cambio de calendario (el «interrumpido» por el completo), fueron los estudiantes. Gracias a las becas y
los ciento setenta y seis mil millones de titulaciones universitarias con
postgrados y Erasmus, reduje la opción de demandantes en un buen montón
aproximadamente. No he visto un colectivo que pierda mejor el tiempo y me
juraron –y firmaron- que no me demandarían.
De modo inmediato, vi el
email del juez reduciendo el importe de mi fianza. En el visor de mi rodilla,
el único sitio de mi cuerpo que quedaba libre para la pantalla, vi una cifra
que, si bien elevada, ya era, al menos, posible de escribir.
Me dirigí lo más
rápidamente que pude al colectivo unificado de pensionistas, jugadoras de pádel
y observadoras meteorológicas. Al momento aceptaron el tiempo invertido en
mirar obras, retocarse los calcetines y soñar con amor verdadero
respectivamente. Estas últimas algo azoradas, pero no dudaron en firmar.
El juez, algo más cercano
a mi error humano, fue vertiginoso en su respuesta: dejaba ver una cifra cercana, palpable, para
alguien como yo, con un sueldo que no llega ni a los ochocientos cincuenta mil
dólares cada veinte minutos, después de impuestos. El mes de febrero dependía
de unos cuantos, apenas veinte o treinta personas en el planeta, quienes
valorarían mi fallo con frialdad, mediante declaración oral, a sabiendas de que
no se puede escribir nada que mejore la búsqueda del tiempo perdido.
El tiempo se me echaba
encima. Sobre todo el climatológico, con una pequeña lluvia ácida de seis
millones de litros por metro redondo.
No pude sino recurrir a
medidas desesperadas. Tiré los ejemplares que aún conservaba y contraté al
mejor fotógrafo; en menos de treinta segundos me fabricó un
álbum-calendario-book donde, sin apenas doce bufandas, aparecí en posturas casi
ilegales, pero con un rostro lleno de pícara ternura. Imprimí por si acaso un
par de ejemplares más de los necesarios y pude reunir en un pabellón al resto
de los humanos a quienes, de forma irreversible, dejé sin mes de febrero. A la
tercera página, mis muecas impresas en ochocientos mil billones de colores los
ablandaron. Llevé las declaraciones en audio en persona al juez y salí absuelto. No debía
nada a ningún ser humano. De hecho, me he librado del pago de la hipoteca este
mes de febrero. A ver qué me invento ahora, para marzo.
1 comentario:
Vertiginoso y loco donde los haya, zizeñó. Requisito cumplido. Hay que ver de lo que son capaces algunos por librase de un mes de hipoteca. Jajaja es muy divertido. Tendré que ponerme las pilas para asumir el reto.
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