De pronto no eran aún las catorce horas y nosotros ya éramos cuarenta y tantos, en una generación de titos (tinto-titos) titas (tor-titas, pata-titas y croque-titas). La playa era nuestra, no sabíamos dónde poner la ropa que nos quitábamos para mojarnos al menos una rodilla (los prudentes) y tampoco averiguaríamos con facilidad dónde estaban las camisetas a la hora de volver: nadie se iba sin una puesta, pues las prudentes camise-titas siempre encontraban un traperío para ir prudentemente ataviado por la calle a la hora de volver a casa.
martes, 18 de agosto de 2020
DE PRONTO, ÉRAMOS...
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Gabriel
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martes, agosto 18, 2020
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lunes, 17 de agosto de 2020
EL PRIMER VERANO -QUE NO VERANEO- EN MI MEMORIA.
¡Cúanto me gustaría poder recordar, no ya el primero, sino algún veraneo infantil!
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Paquita
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jueves, 13 de agosto de 2020
El primer veraneo de mi memoria
El primer veraneo que recuerdo se remonta a cuando apenas tenía los cinco años. El invierno anterior debió ser algo nefasto para la familia, pues pasamos el sarampión y la tosferina los tres hermanos ( el cuarto nació poco después), y el médico había recomendado a mis padres un cambio de aires para todos. La playa, a la que soy tan aficionada hoy día, para mis padres no era una opción, así que se decantaron por la sierra. EL destino: Cala, Huelva. Éramos seis por aquel entonces: mis padres, mi abuela paterna que siempre vivió con nosotros, mis hermanos y yo. Debimos llegar en el Seat 600 recién comprado. Era una gran casa de campo alquilada a unas personas de ascendencia alemana que habían vivido allí cuando funcionaba a pleno rendimiento una mina ahora abandonada. Cuando cumplí los quince años, volvieron a alquilar aquella finca, por lo que los escasos recuerdos de pequeña, adquirieron algo de nitidez. De aquella primera vez, recuerdo un gran columpio colgado de una encina, y a mi madre empujándome para que llegase más y más alto. También recuerdo a los cerditos de Enrique, el dueño de la finca colindante que venían a comer con avidez los desperdicios del almuerzo que lanzábamos por la valla de piedra que separaba los terrenos. El ruido de aquellos animales devorando las mondas de sandías nos hacían reir a mis hermanos y a mi. También recuerdo a Luisa, una señora que trepaba a los árboles con una habilidad pasmosa y que nos llevaba a coger higos, a aventar altramuces, a sacar agua del pozo, y nos descubría actividades que viviendo en el centro de una ciudad, jamás habíamos conocido. Me quedó el olor a campo de las higueras, el sonido de la chicharra, el zumbido de las abejas, un escorpión en la cocina, el sabor pegajoso de unos dulces con miel, las interminables tardes de juegos, los baños en una bañera con patas, el estornudo aparatoso de un burro sobre el pijama de mi padre, y el vuelo en aquel columpio...
Yo soy la niña que está de pie a la derecha de la foto.
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inma
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jueves, agosto 13, 2020
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