Pudo levantarse tras varios y fallidos intentos. Aquella artrosis le dificultaba hasta lo más fácil. Otro esfuerzo y logró ponerse las gafas. Sus rodillas perezosas se resistían a caminar, de modo que la próstata hizo de las suyas y no le dio tiempo de llegar al baño. Una hora había transcurrido hasta que por fin logró ducharse. El aroma a café y tostadas le hacía intuir que su hija hoy no trabajaba en turno de mañana, así que preparó su mejor sonrisa para ella. Pero… ¿Dónde habría puesto su dentadura?... el pañuelito seguía allí…
martes, 9 de febrero de 2010
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6 comentarios:
Si que sí... algo me recuerda a la cotidiano, al dia a dia...
Enternecedor, pero a mi niño aún no se le han caido los "dientes de leche"
Pues sí que da tema una dentadura postiza. Si me hace falta algún día, no quiero pensar las veces que me pasará como a tu abuelito, porque mi cabeza es desastrosa.
Me encanta el final; lo he sabido por la sonrisa que instantaneamente me ha provocado.
Hombre, Beli, ¡que no iba por tu niño! ¿Imaginas la cara del pobre abuelo?
Ya, ya sé que no era la historia de mi "niño", pero me lo ha recordado bastante.
Hermoso, muy hermoso
Ensamblas imaginación con ternura.
La imaginación para que una dentadura, en efecto, dé para un montón de ángulos y la ternura siempre presente como línea conductora.
Besos.
¡Oh, oh!
¡Aquí se "masca" la sorpresa!
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